Por José Francisco Peña Guaba
La división del PLD a partir del 6 de octubre del 2019 y el hartazgo popular debido a 16 años ininterrumpidos en el poder crearon todas las condiciones para la salida del Palacio Nacional a los integrantes del acorazado morado.
Las bases del partido de la Estrella Amarilla estaban desconcertadas y la población, cansada de que el poder estuviera por tantos años en las mismas manos, en la del Comité Político del PLD, les votó en contra.
Nada nos importó a los que estábamos en la acera del frente al oficialismo de entonces; el pecado capital del Danilismo había sido jugar contra la democracia al querer imponer de nuevo al equipo que ya había ganado la reelección muy fácilmente en las elecciones del año 2016, pero eran otras circunstancias, muy diferentes, pero el enclave palaciego entendía que las condiciones eran las mismas y fueron precisamente los resultados electorales del año 2020 los que se encargaron de demostrar lo contrario.
El país recibió con fe y esperanza la llegada del nuevo PRD con nuevas siglas, el PRM; Abinader era el nuevo mesías de la política vernácula y se daba por descontado que este nuevo equipo gubernamental haría una buena gestión.
Al decir verdad, los casi primeros tres años de esta administración al parecer fueron de ensueño, de color de rosa. El nuevo presidente, con su proverbial sencillez, había logrado calar en la sociedad con su comunicación directa y era recibido con alfombra roja a su paso. El noviazgo presidencial tenía extasiada a la ciudadanía y parecería que esa luna de miel duraría varios años más, pero los que ejercen el poder en esta particular media isla debieran conocer la idiosincrasia de nuestros nacionales, ya que somos de memoria corta y por ello se olvidan los yerros de anteriores gobiernos rápidamente, y es por ello también que se comparan los logros de esta gestión con los de Leonel y Danilo.
Por ello es que hay que tener tanto cuidado en mentirles a los dominicanos, porque lo que más abunda en este país son los auditores sociales, ciudadanos que se ocupan de llevar notas de todas las ofertas presidenciales, práctica que se hace más común aún en estos tiempos de infocracia, donde las ácidas, críticas y muchas veces tóxicas redes sociales se ocupan de recordarle diariamente a cualquier desmemoriado sus promesas electorales.
El Presidente Abinader, con entusiasmo inusitado, comenzó a anunciar cuántas obras y acciones le propusieron sus funcionarios, cosa que se podía achacar por la falta de experiencia en la administración de la cosa pública, pero nadie atinó en la cercanía presidencial a demandar saber en firme de dónde saldrían los recursos propios para financiar tan agigantada apuesta.
Ante cada situación, el gobierno optaba por tomar un préstamo, unos tras otros, lo que se ha hecho una práctica normal de los modernos, por lo que hoy superan los 32,000 millones de dólares de préstamos tomados en apenas cinco años.
A los finales del año 2023, los estrategas del oficialismo sabían que no tenían obras tangibles que mostrar al electorado, por lo que decidieron vender con percepción engañosa una supuesta gestión gubernamental exitosa, para ello se hicieron apoyar de los medios de comunicación tradicionales, de los influencers de las redes sociales, pero también de las compañías encuestadoras, tan convincente fue la campaña de instalar el relato del gobierno en el imaginario popular, que todo parecía que el perremeismo obtendría una aprobación electoral que superaría el 80% de los votos emitidos en los comicios del año 2024, pero pese a vender perceptivamente un triunfo arrollador en las elecciones, los modernos solo obtuvieron un costoso y afanoso 57%.
El Presidente Abinader ha anunciado todo tipo de proyectos, ha dado más picazos de inicio de obras que cualquier presidente en ejercicio y ha leído con ardoroso afán y orgullo en sus memorias cada 27 de febrero frente al Congreso Nacional los avances de cientos de obras de infraestructura diseminadas en toda la geografía nacional, solo que la mayoría de estas solo existen en el papel y en la memoria fértil del jefe del Estado.
En cada semanal, veo a mi estimado amigo Presidente defender obras que no se han iniciado o que están paralizadas, y a las que simplemente no se les está trabajando, no por falta de voluntad política, sino porque las arcas nacionales no tienen recursos económicos para realizarlas.
El síndrome de hubris y la callada aviesa se han apoderado del entorno presidencial, porque se me hace imposible pensar que nadie en el círculo cercano del presidente Abinader le exprese que la ciudadanía se burla a través de permanentes memes de esos ofrecimientos que todos sabemos que no se cumplirán, simple y llanamente porque no hay recursos disponibles para llevarlos a cabo, porque de tanto hablar de obras imaginarias, mi amigo presidente cree en verdad que estas se están construyendo, cuando en verdad las mismas o no existen o solo se ha dado el 1.er picazo, pero ni un block se le ha colocado.
Pero hay una realidad: los modernos ganaron con percepción engañosa hace más de un año las elecciones y creen que pueden ocultar los resultados de ignorar la realidad; lo tratan de hacer, pero la falta de credibilidad pública les da en la cara, lo que nos lleva a entender que se inició el divorcio definitivo del gobierno con el pueblo.
Cuando escucho a los altos funcionarios hablar con tanta seriedad de obras de las cuales se da por hecha su culminación, entiendo que es verdad lo que me expresó hace poco tiempo un cercano amigo: “Que existe una mitomanía colectiva en el oficialismo”