Por Johnny Arrendel
El conflicto entre Rusia y Ucrania es un torbellino geopolítico donde el gas natural, los gasoductos y las ambiciones estratégicas han encendido una crisis de proporciones globales.
En el núcleo de esta pugna está el gasoducto Nord Stream 2, un proyecto ruso-alemán que, al evitar el territorio ucraniano, amenaza con despojar a Kiev de su rol como intermediario clave en el suministro de gas ruso a Europa.
Este análisis desentraña cómo este gasoducto, junto con las recientes acusaciones de sabotaje ucraniano y la tolerancia internacional a las violaciones de los Acuerdos de Minsk, ha avivado las llamas de la confrontación.
Ucrania, que no produce gas natural, ha dependido históricamente de los ingresos por el tránsito del gas ruso hacia Europa Occidental a través del gasoducto Nord Stream 1.
Este flujo no solo ha sido una fuente de divisas, sino también un arma de «gasoextorsión», neologismo que describe el uso del control de gasoductos para presionar políticamente.
Ucrania generaba tensiones con Rusia al interrumpir en varias ocasiones el suministro para exigir mayores comisiones, que incluyen gas en especie para sus duros inviernos.
El Euromaidán de 2014 marcó un quiebre: tras el derrocamiento del presidente prorruso Víktor Yanukóvich, Rusia anexionó Crímea y aseguró su acceso estratégico al Mar Negro, donde está su principal flota naval.
Esta movida respondió al giro prooccidental de Kiev, que comenzó a explorar una alianza con la OTAN. El Nord Stream 2, acordado entre Rusia y la Alemania de Angela Merkel, cambió el tablero.
Al conectar directamente Rusia con Alemania por el Mar Báltico, excluye a Ucrania, privándola de miles de millones de dólares en ingresos por tránsito.
Este «geogasismo» —otro neologismo para la lucha por el control energético como motor de conflictos— desató la furia de Kiev.
Informes recientes sugieren que Ucrania podría estar detrás de un ataque al Nord Stream 2 en septiembre de 2022, cuando explosiones dañaron tres de las cuatro líneas de los gasoductos Nord Stream 1 y 2.
Según investigaciones, un grupo pro-ucraniano, posiblemente liderado por oficiales militares sin el conocimiento directo del presidente Volodímir Zelenski, habría usado un yate para colocar explosivos en las tuberías, un acto que Kiev niega y acusa a Rusia de orquestar una operación de bandera falsa.
Mientras tanto, los Acuerdos de Minsk, diseñados para pacificar el Donbás, fueron ignorados por Ucrania, que, con el respaldo tácito de la OTAN y potencias europeas, permitió abusos contra la población rusoparlante en la región.
Esta tolerancia flagrante envalentonó a Zelenski, quien veladamemte amenazó con instalar misiles occidentales apuntando a Moscú.
Alemania, por su parte, jugó un doble juego: mientras invertía en Nord Stream 2, toleró las violaciones de Minsk, lo que exacerbó las tensiones.
Cuando Rusia movilizó tropas a la frontera, la respuesta de la OTAN y el presidente Joe Biden fue ambigua, insinuó un posible ingreso de Ucrania a la alianza sin compromisos claros, lo que Putin interpretó como una provocación.
De manera que, el Nord Stream 2, junto con los presuntos ataques ucranianos y la inacción ante las violaciones de Minsk, ha convertido a Ucrania en el epicentro de un juego de poder donde el gas no solo calienta hogares, sino que enciende guerras.