Este consumo, aunque pequeño, afecta directamente a la vida útil del cargador. A medida que pasa el tiempo, el cargador puede comenzar a mostrar signos de desgaste, como el deterioro del cable de alimentación y el daño en las clavijas de conexión.
Este desgaste no solo compromete la eficacia del cargador, sino que también aumenta el riesgo de que el cable exponga los hilos internos, lo que podría resultar en un mal funcionamiento o, en el peor de los casos, en un cortocircuito.
El deterioro de las clavijas de conexión es otro problema a considerar. Con el tiempo, la constante exposición a la electricidad puede hacer que las clavijas pierdan su capacidad de conducir corriente de manera eficiente, lo que reduce la velocidad de carga del dispositivo y puede ser un factor contribuyente en el sobrecalentamiento del cargador. Este sobrecalentamiento es una señal de advertencia, ya que puede derivar en riesgos más graves, como cortocircuitos y potenciales incendios.
Además de los daños físicos al cargador y al cable, dejar el cargador conectado cuando no está en uso tiene implicaciones en el consumo energético que, aunque en principio parecen mínimas, pueden sumar una cantidad considerable con el tiempo.