Al terminar sus dos periodos de gobierno, del 2003 al 2011, Luiz Inácio Lula da Silva contaba con una aprobación de más del 80%.
Era una especie de rock star de la política mundial. El expresidente, Barack Obama, de los Estados Unidos, llegó a sostener que el astro brasileiro era el político más popular del mundo.
Lula había alcanzado esos niveles de aprobación debido a los grandes logros conquistados durante sus ocho años de gobierno, en los cuales la economía brasileira pasó del número 10 a ser la sexta economía más importante del mundo.
Triplicó el PIB per cápita. Disminuyó significativamente el desempleo. Alcanzó a sacar de la indigencia y la pobreza a cerca de 40 millones de ciudadanos; y expandió la clase media, como no había ocurrido antes.
Para conquistar esos últimos objetivos fue innovador en el diseño y aplicación de políticas sociales. Implementó el programa Fome Zero (Hambre Cero), para garantizar el acceso universal a una alimentación adecuada y nutritiva; y el programa de Borsa Familia (Bolsa Familia), que consistía en transferencias de recursos a familias pobres.
En el plano internacional, Brasil, durante la etapa de Lula, logró consolidar su posición de líder de América Latina. Promovió la integración regional. Auspició la expansión de Mercosur; se incorporó a los países de economías emergentes en los BRICS; protegió la Amazonía, como pulmón del mundo; y organizó la segunda Cumbre de la Tierra, Rio+20, sobre desarrollo sostenible.
Respetuoso de la Constitución de su país, que le prohibía un tercer periodo presidencial consecutivo, apoyó la candidatura de su jefa de Gabinete o secretaria de la Presidencia, Dilma Rousseff, quien resultó triunfante en las elecciones para el periodo 2010-2014; y quien luego fue reelecta para un segundo mandato, del 2014 al 2018.
De limpia botasa la presidencia
Nacido en el empobrecido Estado federativo de Pernambuco, mejor conocido como León del Norte, Lula da Silva es el séptimo de ocho hijos de una familia de productores agrícolas. Desde su infancia se trasladó, junto a su madre y sus hermanos, a Sao Paulo, la ciudad más importante del país.
Debido a las necesidades de la familia, tuvo que abandonar la escuela a nivel del quinto curso de la primaria. A los 12 años comenzó a trabajar como limpiabotas y posteriormente como vendedor ambulante.
Todavía en la adolescencia obtuvo un empleo en una planta de producción de tornillos, donde laboraba 12 horas diarias. Realizó un curso de tornero mecánico en una escuela técnico-vocacional. Perdió una parte del dedo meñique de su mano izquierda cuando manipulaba una prensa hidráulica.
Su primer acercamiento a la política lo tuvo a través del sindicato de metalúrgicos. Con el tiempo llegó a ser su principal dirigente y lideró las grandes huelgas de finales de la década de los 70 y principios de los 80, en plena dictadura militar.
Fue apresado, y como consecuencia de esas experiencias llegó a la conclusión de que, para verdaderamente defender los derechos de los trabajadores, había que pasar del sindicalismo a la creación de un partido político.
Así ocurrió; y en el 1980 fue uno de los fundadores del Partido de los Trabajadores (PT), el cual se convertiría en la principal fuerza política de Brasil. Seis años después fue electo diputado constituyente, en el momento de transición a la democracia en su país.
A partir de ahí, Lula inicia una etapa de su vida que lo condujo, infructuosamente, a conquistar la Presidencia de la República. En 1989 se enfrentó a Fernando Collor de Melo por la primera magistratura del Estado, y aunque demostró gran respaldo popular, fue derrotado en la segunda vuelta.
Volvió como candidato en 1994 y 1998. En ambas ocasiones se enfrentó sin éxito al destacado sociólogo de centroizquierda, Fernando Henrique Cardoso, quien había ganado gran prestigio y autoridad debido a su plan de reducción de la hiperinflación y desempleo que había afectado a la nación sudamericana en los años 80.
Con tres derrotas consecutivas, Lula parecía un náufrago de la política, sin futuro alguno. Sin embargo, la crisis económica de finales de los 90 y principios del milenio le abrirían las puertas del Palacio de Planalto.
En los comicios del 2002, Luiz Inácio Lula da Silva, finalmente fue electo presidente de la República Federativa de Brasil.
¡Lula, levántate y anda!
En su discurso de toma de posesión, Lula, con lágrimas en los ojos, expresó: “y yo, que durante tantas veces fui acusado de no tener un título universitario, consigo mi primer diploma, el título de presidente de la República de mi país”.
El buen desempeño de esa primera gestión de gobierno conllevó a que fuera reelecto en los comicios del año 2006. Pero, en algún momento, esa reelección se vio sometida a serios riesgos. Fue cuando apareció en el espectro nacional la acusación de corrupción.
Se trataba de una acción tipificada como de soborno y conocida en Brasil como el Mensãlao, esto es, el pago mensual que se hacía desde el oficialismo a legisladores de oposición.
El gobierno de Lula pudo finalmente sortear el vendaval del escándalo y coronarse con una nueva victoria en las elecciones presidenciales.
Al concluir sus dos periodos, Lula inició lo que en términos bíblicos podría considerarse como su travesía del desierto. Se le diagnosticó un cáncer en la garganta. Su esposa, Marisa Leticia, de más de 30 años de matrimonio, falleció.
Con motivo del escándalo de corrupción de Petrobras, identificado como Lava Jato, el juez Sergio Moro, le formuló una acusación y Lula fue condenado a cumplir nueve años de prisión.
Estuvo un año y siete meses privado de libertad. Ese tiempo coincidió con las elecciones del 2018 en la que encabezaba todas las encuestas, pero en las que se le impidió participar, generando el triunfo de Jair Bolsonaro, un exmilitar con tendencias autoritarias.
La condena contra Lula fue anulada por un juez de la Suprema Corte de Justicia. Eso permitió su retorno a la esfera política y a un realineamiento de fuerzas en el mapa electoral brasilero.
El pasado 28 de octubre, un día después de haber cumplido 77 años, alcanzó lo que nadie había logrado: haber sido electo tres veces presidente de Brasil. Fue el triunfo de la verdad y la justicia sobre la maldad y la mentira. Lula, como el ave Fénix, había vuelto, una vez más, a levantar su vuelo, doce años después de haber culminado su última gestión de gobierno.
Él mismo lo diría con estas palabras: “Considero que tuve un proceso de resurrección en la política brasileña. Intentaron enterrarme vivo y ahora estoy aquí para gobernar el país”.
Le deseamos éxito en su nuevo encuentro con la historia.