Por Ángel Gomera
Serpapá es una de las experiencias más dichosa y maravillosa que puede experimentar en la vida un ser humano; claro está, siempre que la asumamos con la debida responsabilidad, ya que nuestras acciones o inacciones pueden influir positiva o negativamente en la familia y la sociedad.
Es que siempre será un reto constante entender que la paternidad no es cosa de juego; expresamos este pensar con énfasis, porque en muchas ocasiones se tiende a ignorar con ligereza e insensatez que la vida de otro ser está en nuestras manos; obviándose por completo que la figura del padre es un eje fundamental para el desarrollo pleno de una familia y que, del ejercicio responsable de la paternidad y maternidad, depende el futuro de la humanidad.
Dicho lo anterior, debemos destacar que es un deber inexcusable cumplir con dichas obligaciones, poniendo cuidado y atención en lo que hacemos o decidimos como padres.
Es decir, que esto implica un involucramiento activo no solo en la provisión de recursos materiales sino también en la crianza y la vida cotidiana de sus hijos. Porque no sólo se trata de vivir y saber que vivimos, sino hacer de las vidas de nuestros hijos una vida buena, es decir, plenamente humana y fecunda.
Lamentablemente, observo en nuestro entorno comportamientos de papás que desafiando la responsabilidad ética, moral, social y jurídica del rol que entrañan, están contribuyendo a la generación de historias grises llenas de vacíos y sufrimientos en sus hijos.
Lo antes dicho, lo sustento en impresiones diversas que he escuchado de hijos con respecto a sus papás, y que estas deben mover a una profunda reflexión: ¨Mi papá se cayó de mi pedestal¨, ¨marcó mi vida negativamente¨, ¨nunca me dedicó tiempo¨, ¨sólo llegaba a la casa pelear y siempre de mal humor¨, ¨nunca vi que mi papá asistiera a una reunión en mi escuela¨, ¨solo llegaba borracho¨.
Además, nunca recibí unas palabras afectivas o de aliento¨, ¨Papi nunca creyó en mí¨, ¨me abandonó, ¨ni me declaró como hijo¨, ¨sólo compró pañales y leche¨, ¨a penas me dio el nombre y el apellido¨, ¨a mi papá sólo le interesa el dinero y el trabajo, ¨ni me crio, ni lo conozco¨, ¨ni foto tengo¨, ¨mis recuerdos son dolorosos¨, ¨el cree que su deber era comida y ropa¨, entre otras expresiones.
Estas distintas manifestaciones son el resultado de cuando obramos con descuidos o ineficientes en el deber ser; trayendo además como consecuencias en nuestros hijos, la falta de amor propio, inseguridades, odios, resentimientos, adicciones, carencias de respeto por los límites, entre tantos problemas.
Es que como bien se refiere el escritor y publicista Michael Levine: “Tener hijos no lo convierte a uno en padre, así como tener un piano no lo convierte en pianista”.
Entonces, cabe preguntar ¿a qué nos debe mover estas realidades?
Debe conducir a detenernos valiente y voluntariamente frente al espejo de la conciencia, para analizarnos en cuanto a la imagen que estamos proyectando o hemos proyectado como padres ante ellos; o en ese mismo tenor reflexionar que he venido sembrando o sembré en mis hijos.
El resultado de esa libre consulta interna es para producir los ajustes correspondientes que lleve a la misión de reencontrar el sentido de la paternidad a través de mis actos; aquí se deberá revisar lo que hice, estoy causando y lo que debo hacer a partir de ese reconocimiento.
De lo que se trata es estar conscientes de que este ejercicio no es para justificar nuestro proceder o radicalizarse en los egos; es para esforzarnos en alcanzar el milagro de mejorar para sanar las relaciones de padres a hijos y viceversa; derrumbando todos esos muros que solamente dividen, y edificando a su vez puentes de entendimiento, diálogo y perdón.
Sabemos que no es un proceso fácil, ni sencillo hablar de cosas dolorosas y menos cuando son heridas de larga data, pero si no intentamos sanarlas con amor, humildad y paciencia, se podrían convertir en enfermedades catastróficas, y así será difícil encontrar la brújula que nos lleve a la paz y felicidad; ya que se vivirá con una carga que cada día se hará más pesada y tormentosa.
Visto y examinado lo precedente, es tiempo de forjarnos como padres la meta de tornar esas situaciones e impresiones amargas en oportunidades de liberación, que nos coloque en el camino del ser y no de parecer.
Si avanzamos decididamente con tesón, coherencia y perseverancia en el sendero del “deber ser” como padres, ganaremos la confianza de los hijos y sus ojos brillarán con ilusión y esperanza en el amplio firmamento de la vida.
A la sazón, ¿Cuál será el efecto de ser padres y no parecer?
Escuchar de los labios de tus hijos las siguientes expresiones: ¨Me siento orgulloso de mi papá¨, ¨tuve al mejor padre del universo¨, ¨te extrañaré por siempre¨, ¨Qué bien nos formaste¨, ¨eres mi superhéroe¨, ¨lo amo y amaré por siempre¨, ¨gracias por enseñarme a discernir el bien del mal¨, ¨siempre disfruto de tu compañía¨, ¨nunca me abandonaste¨, ¨me apoyaste en todo momento`.
Asimismo, ¨gracias por ser el gran maestro de la vida¨, ¨ eres mi ejemplo¨, ¨jamás te olvidaré¨, ¨gracias por ser mi papá¨, ´te entregaste por completo¨, ¨tus abrazos curan todas mis partes rotas¨, ¨siempre creíste en mi¨, ¨entre más años tengo, más te quiero y te entiendo¨, ¨Cuando me equivoque, me ayudabas¨, ¨en mis dudas, siempre me aconsejas¨, ¨cuando te llamo ahí estás¨, entre otros testimonios.
En definitiva, el efecto de ser padre es un amor que se hace vida en lo que haces, dejando huellas visibles de bien y ejemplo que se tornan imperecedera de generación en generación.