Por Monseñor Jesús Castro Marte
No sé trata de etiquetar con una frase simple de: «Esquizofrenia», para abordar con ligereza un problema de salud mental más profundo, con el cual carga como espada de Damocles nuestra sociedad, que tristemente esconde una realidad palmaria…..
La salud mental no tiene clase social. Tiene rostros. Tiene familias. Tiene silencios que gritan.
Este drama no lo vive una sola casa. Son muchas las familias dominicanas que hoy cargan, en silencio y sin ayuda, el peso de convivir con un ser querido que sufre una enfermedad mental.
Esto no es una excepción, es la regla de una realidad extendida.
Y tristemente, la salud mental sigue siendo lo más olvidado de nuestra sociedad.
El tratamiento es más sofisticado en la clase media alta. Ahora bien, en nuestros campos y barrios marginados las familias pobres tienen cepos y rejas para controlar sus enfermos con cierto tipo de enajenación mental, en ocasiones encadenados; en donde la parte más sufrida es la madre que tiene que vivir este cuadro en carne propia y pasar cada día el plato de comida por una rendija e incluso asearlos y retirar sus heces, porque no hay recursos económicos para un tratamiento y mucho menos políticas públicas que respondan a tan cruel cuadro mental y secuelas desgastante en perjuicio de los familiares que le cuidan y atienden.
Falta conciencia, falta acompañamiento, falta compasión. Y mientras tanto, otras familias también se rompen por dentro, sosteniendo a sus seres queridos como pueden, sin recursos, sin orientación, muchas veces sin fe, sin fuerzas y sin esperanzas. ¿Quién las escucha? ¿Quién las mira?