Por José Francisco Peña Guaba
Con la salida del peledeísmo gobernante, se terminaba el hartazgo de una significativa parte de la población que anhelaba un cambio, todo porque, no importa lo bien que lo haga un gobierno, después de 20 años de gestión, 16 de estos ininterrumpidamente, se crea una base social de desafección y de cansancio tal que hasta lo mejor nos aburre.
En el año 2020 llegó el cambio de la mano de Luis Abinader, logrando una verdadera hazaña: el lograr alrededor de su candidatura el apoyo de la amplísima mayoría de los Peñagomistas que le siguieron al PRM y terminaron abandonando al PRD.
Supo el estrenado presidente lidiar con estratégica inteligencia las complicadas facciones internas y alinearlas a todas hacia la búsqueda del poder.
No sería sincero dejar de reconocer que Luis Abinader despertó esperanzas, con su forma sencilla de actuar, porque les daba el frente a los problemas y con humildad reconocía los errores en algunas pretendidas acciones y no insistía en ellas cuando no eran simpáticas a la población; aunque desde el principio muchos advertimos la falta de pericia de su equipo de gobierno, la población no penalizó al presidente por los yerros de sus funcionarios.
El presidente Abinader conserva todavía, no como hace un año, cierto nivel de impermeabilidad frente a las críticas ciudadanas, tal vez porque muchos, incluyéndome a mí mismo, lo valoramos más por sus esfuerzos y buena intención que por los resultados.
El plan de construir una percepción exitosa de su gestión por parte de sus más cercanos estrategas le dio resultado en su momento, primero porque le permitió ganar la reelección presidencial y segundo el ganar tiempo para ver si se podía en el camino enderezar entuertos.
Pero como “en la vida no hay plazo que no se cumpla, ni deuda que no se pague”, al oficialismo le está dando en la cara la realidad; el ignorar las mismas no los exoneró de las consecuencias, ni tampoco finalmente de los resultados obtenidos, porque lo que estamos observando es el inicio de un divorcio definitivo entre el gobierno y el pueblo.
Ni los anuncios rimbombantes, ni la Semanal, ni las explicaciones muchas veces hasta ridículas, las acepta ya la ciudadanía cansada de cuentos, porque todo el mundo sabe en este país que dos cosas adornan al funcionarato perremeista, ineficiencia y alegría en el manejo deportivo de los presupuestos nacionales.
Aquí todo está peor, lo digo sin ánimo alguno de criticar, solo con interés político; me he sentado tranquilamente a pensar y evaluar cuáles cosas están mejores después de la llegada de los modernos al poder; penosamente no las encuentro simplemente, porque no existen.
El 90% de los ingresos nacionales y de los acostumbrados préstamos se van hacia gastos corrientes, no precisamente al desarrollo humano, porque el 4% del PBI al Ministerio de Educación ha sido como botar ese dineral en un retrete, porque el nivel tan bajo de aprendizaje del alumnado público debe darnos a todos vergüenza. Igual, lo que se le asigna económicamente a los programas sociales entregados a la cabeza de familia es tan insignificante hoy que solo le da para mal comer dos días a una familia, por el altísimo costo de los alimentos.
Todos los servicios públicos han colapsado. Este es el único país del mundo donde se les cobra a la gente los apagones, porque es risible entender cómo se nos da menos electricidad y aumenta sustancial y permanentemente la factura de las EDES.
La verdad es que con la llegada del PRM, el dinero ha perdido todo su valor; las cosas están todas por los cielos, ni hablar de los medicamentos, cada día más costosos.
Lo de las viviendas es un imposible, porque si hay algo que ha subido escandalosamente son precisamente los materiales de construcción.
El PRM ha logrado cambiar al país, tenemos que admitirlo; a los ricos los están haciendo cada día más ricos por la nueva presencia de los oligopolios; a la esforzada clase media la está empobreciendo, pero está luchando a uñas y dientes para no volver al barrio, ya que ningún sueldo le alcanza para pagar todos sus compromisos mensuales; y a los pobres los están convirtiendo en indigentes porque, en la casa del barrio más humilde del país, familia que no amaneció aunque sea con mil pesos ese día, no se comieron ahí las tres calientes.
Si el oficialismo trata de presionar al pueblo, no aceptando el divorcio por mutuo consentimiento y tratando de imponer un aumento o creación de nuevos impuestos, hará que esta ruptura termine realizándose por “incompatibilidad de caracteres” y no lo duden, porque más audiencias que en los casi tres años que le quedan se lleven a efecto, el tsunami se verá en las urnas, donde quedará demostrado que el pueblo decidió divorciarse radicalmente del Gobierno.