Reflexiones atrevidas #98: La casta trepadora

Por José Francisco Peña Guaba

Desde tiempos inmemoriales, siempre han existido grupos que, con poco esfuerzo y mérito, han logrado penetrar la estructura de poder en nuestra singular República. Hasta la muerte de Trujillo, los círculos de poder estaban formados por la incipiente oligarquía, connotados intelectuales de la época y los auspiciados o apadrinados por la Iglesia católica.

Esta élite se convirtió en parte del funcionariado público y sus vínculos se entrelazaron de manera indisoluble con los gobiernos de turno.

Sin embargo, en los últimos doce años de gobierno, primero con Danilo Medina y luego con el reciente cuatrienio del reelegido presidente Luis Abinader, nuevos actores han emergido en la dirección de la cosa pública. Esto nos lleva a sospechar que estamos presenciando la degradación absoluta del ejercicio gubernamental, donde el amiguismo y la falta de mérito predominan. Personas sin talento, sin compromiso social, sin trayectoria política y sin méritos evidentes han ocupado posiciones clave, generalmente debido a vínculos personales.

El oportunismo ha alcanzado su máxima expresión en esta media isla. Amigos, socios, familiares y amantes de altos funcionarios han llenado la nómina pública, desplazando al verdadero liderazgo social y político, ese que, con esfuerzo, llevó al poder a los gobernantes actuales.

Hoy, nuestra sociedad observa, entre el desconcierto y la impotencia, cómo el racismo, el clasismo y el esteticismo han infiltrado la conducción del Estado. En esta República de mayoría negra, mestiza y mulata, parece que ser blanco, rico y de “buena presencia” es un requisito indispensable para ocupar cargos importantes. Basta visitar las oficinas de los altos funcionarios para darse cuenta de que allí no se refleja la diversidad étnica ni económica del pueblo dominicano.

Los amigos del poder, los aduladores, las oportunistas de oficio y los buscadores de influencia son hoy quienes controlan las instituciones públicas. Los tiempos en que el mérito, la política o el liderazgo comunitario eran determinantes han quedado atrás. Ahora, una nueva casta trepadora dirige el país.

Esta nueva clase gobernante no tiene lealtad a partido ni líder alguno. Cuando el apoyo popular se debilite, no dudarán en cambiar de bando para mantener sus privilegios. Son expertos en leer hacia dónde soplan los vientos y redirigir sus pasos para no caer del árbol.

Aunque con variaciones, los trepadores han existido siempre. En el pasado, fueron parte de grupos como el “Grupo de Santiago” en el gobierno de Antonio Guzmán, el “sector externo” bajo Jorge Blanco o el “partido de la sociedad civil” en las gestiones de Medina y Abinader. En todos los casos, han aprovechado el esfuerzo y los sacrificios de otros para trepar al poder.

La antipolítica marca hoy las pautas en nuestra sociedad. Por eso, vemos cómo el valor de los partidos políticos se ha diluido. Gran parte de quienes toman decisiones carecen de compromiso con las bases partidarias, hurtando sin escrúpulos el sacrificio de la dirigencia media y de base, la misma que lleva al poder a los líderes.

Son incontables los casos de arribistas que, sin esfuerzo ni mérito, han logrado ocupar cargos de relevancia en las administraciones recientes. A menudo, estos personajes, en complicidad con amigos o socios, han saqueado las arcas públicas haciendo negocios ilícitos, como lo evidencian las investigaciones anticorrupción realizadas hasta ahora.

Un capítulo especial merecen las amantes del poder. Altos funcionarios han colocado en sus manos la administración de recursos públicos inmensos, pagando con dinero del erario sus favores sexuales. Estas “chapiadoras” gubernamentales han amasado grandes fortunas, pero sus romances suelen terminar mágicamente cuando los funcionarios pierden sus cargos.

Mientras tanto, los militantes de los partidos son tratados como herramientas desechables. Los arribistas tienen una habilidad especial para ganarse la confianza de los presidentes de turno, que les otorgan prioridad sobre los verdaderos compañeros de lucha política.

Esta casta trepadora ha desplazado a los verdaderos artífices del poder. Peor aún, se burlan de ellos y los humillan, obligándolos a suplicar por empleos que bien se han ganado. Un ejemplo claro es la participación de la élite de la Marcha Verde, cuyo verdadero objetivo no era otro que ser tomados en cuenta para ocupar posiciones en el gobierno. Su lema parecía ser: “¡Quítate tú, pa’ ponerme yo!”.

Los partidos deberían dejar que estos oportunistas sean quienes busquen los votos en las elecciones, ya que son ellos los grandes beneficiarios. Mientras tanto, el liderazgo político y social sigue siendo tratado como un peón en este juego de ajedrez.

Es importante señalar que, en la mayoría de los casos, los verdaderos cuadros políticos no han estado involucrados en los escándalos de corrupción recientes. Los culpables son los amigos, socios, familiares y otros oportunistas que han saqueado las arcas públicas, dejando en descrédito a quienes les permitieron acceder al poder.

En esta republiqueta caribeña, es la casta arribista la que manda, enriqueciéndose con los recursos públicos y perpetuando un sistema que margina a quienes realmente sostienen el peso del poder

Tambien te puede interesar

COMENTARIOS

DEJA UNA RESPUESTA

Por favor ingrese su comentario!
Por favor ingrese su nombre aquí

Siguenos en las redes

1,338FansMe gusta
980SeguidoresSeguir
3,270SuscriptoresSuscribirte

Publicaciones recientes