Por Roberto Ángel Salcedo
La relación que sostenemos con el mundo que nos rodea, y la percepción que construimos de este, nos genera nuestro propio sentido de identidad.
Esta explicación básica y sencilla es el ego. El ego es la noción del yo individual, esa sensación de ser alguien separado de los demás, con deseos, pensamientos, opiniones y derechos propios.
Para el joven escritor estadounidense, Ryan Holiday, quien publicó hace varios años un libro titulado, El Ego es el Enemigo, el ego es el sentido de superioridad y certeza que excede los límites en la seguridad de uno mismo y del talento.
El ego no es más que lo que crees que eres: nombre, historia, logros, creencias, apariencia, etc. Su concepción es multifactorial y, con la evolución de la humanidad, ha sido abordada desde la psicología, la espiritualidad y la filosofía.
Para el guía espiritual y escritor alemán, Eckhart Tolle, en su libro, El Poder del Ahora, el ego debe ser visto como una falsa identidad, basada en tiempos pasados, en reiterados pensamientos e insanas posesiones.
El ego tiene manifestaciones regulares y sistémicas en nuestro diario vivir. Infinidad de situaciones se nos presentan y, sin percibirlo o admitirlo, es el ego que termina accionando en nuestro nombre.

Roberto Ángel Salcedo
Episodios tan reiterados como la comparación con otros amigos, colegas o competidores; la presentación de logros y exhibición de conquistas personales; la admisión de los hechos como una respuesta directa o indirecta a lo que somos o creemos ser. Todo sumado a la necesidad permanente de aprobación.
El prestigioso médico, conferencista, Mario Alonso Puig, ha abordado el tema del ego en múltiples ocasiones, manifestando que es una máscara, un personaje: el ego no es quien realmente somos, sino quien creemos que somos. El ego vive en el miedo y en la escasez, alimentándose constantemente del temor al fracaso, a ser rechazado o, simplemente, a resultar insuficiente ante una realidad determinada.
El ego en la figuración pública
En artistas, políticos, empresarios, líderes sociales, religiosos y comunicadores, el ego se vincula intrínsecamente con la trayectoria, el desempeño de las funciones, el público, el poder y, por supuesto, en sí mismos.
El ego, en la persona que goza de figuración pública, se construye desde una estructuración mental que parte del yo, un “yo”, permanentemente expuesto, colocado a prueba bajo el escrutinio colectivo y una estimulación muy frecuente.
El ego en figuras públicas es aguzado por la adulación. Un entorno que se resiste a la crítica, por miedo, admiración o, simplemente, por conveniencia; la exposición constante puede trastocar la percepción propia, motivada por la alteración que provoca la sobreatención mediática.
Otro factor es la incapacidad de separar el personaje público del ser humano común y la vida privada. Al vivir del aplauso, por ejemplo, se producen imprecisiones en los roles.
Finalmente, la competencia de egos, esa lucha por la fama y la visibilidad, podría desencadenar una estéril guerra de vanidades. Para la escritora, Julia Cameron, en su libro El Camino del Artista, el ego bloquea la capacidad creativa, siendo víctima del miedo, las inseguridades y la autocrítica.
En la política
En política, el ego puede ser una herramienta para el fortalecimiento del liderazgo, pero, a su vez, podría ser la mayor generadora de conflictos y tribulaciones. En el contexto político, el ego es la autoimagen, la capacidad de influir y concentrar poder. Es lo que produce el impulso a querer liderar y constituirse en el centro de la atención.
El mal manejo del ego en los procesos políticos casi siempre conduce por los engorrosos caminos del fracaso. Desde el rechazo al consejo o a la mera sugerencia, la negación de los errores, la búsqueda de la culpabilidad y responsabilidad en el exterior, hasta la incapacidad de discernimiento entre la persona y la institucionalidad (esto cuando se ejerce el poder). Son patrones reiterados que proyectan una distorsión en el ego.
El fallecido escritor, Wayne Dyer, en su libro Los engaños del ego, establece que el ego crea dependencia emocional que, sin proponerlo, carga en exceso la dinámica diaria.
El autor ofrece alternativas para ir rompiendo con la culpa, las preocupaciones, aceptando la responsabilidad personal y, fundamentalmente, explica cómo salir de la trampa del deber y la obligación, esto que, lastimosamente, contribuye a que no te permitas tomar las decisiones libremente. El ego secuestra nuestros deseos y trastorna nuestros propósitos.
Mucho se ha escrito y discutido sobre el ego y sus consecuencias. El ego en sí mismo no es pernicioso, pero, sin control, puede volverse un obstáculo. Un ego inflado impide avanzar sobre la base del aprendizaje y la humildad.
El ego en desproporción crea separaciones, distancias y rupturas. El ego podría degenerar en una fuente de sufrimiento personal.
No se trata de anularlo, sino de no permitir que dirija tu vida. Domínalo con autoconciencia, humildad, a través de la práctica espiritual, la meditación y el silencio interior. Reconocer el ego en uno mismo, es signo de madurez.