REDACCIÓN SALUD.- En tiempos recientes, muchas personas optaron por reducir o eliminar el consumo de harinas, particularmente las refinadas, motivadas por razones de salud o pérdida de peso.
¿Qué pasa si se deja de consumir harinas por completo?
Cuando se eliminan todas las harinas de la alimentación, el cuerpo experimenta varios cambios importantes. En primer lugar, se reduce drásticamente la cantidad de carbohidratos, que son la principal fuente de energía del organismo.
Esto puede generar una sensación de fatiga y debilidad, especialmente durante los primeros días o semanas. Según estudios realizados por la Universidad de los Andes, este cambio también puede activar el “síndrome de abstinencia a los carbohidratos”, lo que genera síntomas como dolores de cabeza, irritabilidad, náuseas y agotamiento.
A largo plazo, la restricción de carbohidratos puede tener efectos en el metabolismo y la salud cardiovascular. Investigaciones del Hospital Universitario Miguel Cervet, en Zaragoza, España, demostraron que una dieta baja en almidones reduce el riesgo de desarrollar diabetes y ayuda a controlar el peso.
Sin embargo, esto no significa que eliminar los carbohidratos sea la solución más adecuada, ya que también cumplen funciones esenciales para el funcionamiento del corazón y el cerebro.
¿Por qué no es recomendable dejar de consumir harinas por completo?
Los carbohidratos, presentes en las harinas, son el combustible que mantiene en marcha procesos vitales, como el funcionamiento cerebral y el mantenimiento de la actividad física.
Eliminar por completo los alimentos que los contienen puede derivar en una disminución de la capacidad cognitiva y en problemas en la regulación del azúcar en sangre. De acuerdo con expertos en nutrición, los carbohidratos deben representar entre el 50% y 55% de la ingesta diaria de alimentos.
Es cierto que un consumo excesivo de harinas refinadas puede tener efectos negativos, como el aumento de peso, los picos de insulina y los problemas digestivos. Sin embargo, la solución no radica en eliminarlas por completo, sino en moderar su ingesta y optar por opciones más saludables, como las harinas integrales, que conservan su fibra, vitaminas y minerales.
Cómo reemplazar las harinas refinadas
Sustituir gradualmente: Para evitar el “síndrome de abstinencia” y facilitar la transición, es recomendable sustituir las harinas refinadas por integrales de manera progresiva. Por ejemplo, en una receta que lleva una taza de harina blanca, se puede utilizar media taza de harina integral y media de harina de avena.
Experimentar con harinas alternativas: La harina de almendras, de quinoa o de trigo sarraceno son opciones nutritivas y versátiles que pueden enriquecer las preparaciones sin comprometer el sabor ni la textura.
Incorporar más alimentos ricos en fibra: Las frutas, verduras y legumbres son excelentes fuentes de fibra, y pueden ayudar a cubrir las necesidades de carbohidratos complejos cuando se reducen las harinas refinadas.
Ajustar las recetas por peso: A la hora de reemplazar harinas en recetas tradicionales, es mejor hacerlo por peso en lugar de por volumen para lograr una medida más precisa, ya que las harinas alternativas tienden a variar en densidad y contenido de humedad.
Más que eliminar completamente las harinas de la dieta, los expertos dicen que lo ideal es optar por alternativas saludables y controlar el consumo de harinas refinadas, de modo que se mantenga un equilibrio adecuado entre la energía y los nutrientes esenciales que requiere el organismo.