Reflexiones atrevidas #97: El difícil oficio del auténtico político

Por José Francisco Peña Guaba

Todo en esta nueva sociedad se ha banalizado, especialmente el papel de los actores sociales que dan contenido a lo que, de manera equivocada, llamamos democracia, dentro del ingrato oficio de la política.

En esta era de infocracia, las redes sociales marcan con su toxicidad el rumbo de nuestros pueblos. Día tras día, sus ácidas críticas retratan a los políticos como el peor producto de nuestra sociedad. Según la percepción generalizada, no hay nada más vil que ser catalogado como político, un oficio que, de manera injusta, ha sido convertido en sinónimo de saqueador del erario público y estafador de las esperanzas de la gente.

No voy a negar que esto sea cierto, al menos en parte. Pero, ¿a quién se considera político en estos tiempos? Parece que hoy día se etiqueta como políticos a todos aquellos ciudadanos que se benefician sin hacer el menor esfuerzo por construir espacios de participación popular desde una organización política genuina. Ahora, el término «político» se asocia a cualquier oportunista o chaquetero que, sin ningún compromiso social, ocasionalmente se sube a una caravana de campaña o se mantiene cerca de aquellos que podrían alcanzar el poder en algún momento.

Aquí, se considera como políticos a: sus familiares, amigos, allegados, conocidos, aduladores, amantes ocasionales, compañeros de tragos y fiestas, en fin, todos aquellos arribistas que, en febril concupiscencia, buscan acechar para aprovecharse de cualquier manera del presupuesto nacional para su beneficio personal.

Sé que estamos presenciando el fin de los paradigmas que, en su momento, representaron figuras históricas como Manolo Tavarez, las hermanas Mirabal, Bosch, Caamaño, Peña Gómez y otros hombres y mujeres de destacada trayectoria. Nos encontramos en un proceso de degradación del oficio auténtico e innato del político comprometido con las causas ciudadanas. Este compromiso se ha desvirtuado, confundiendo a aquellos verdaderos políticos con quienes, desde una cercanía interesada a la política, han contribuido de manera eficaz, y en pérfida participación a que estemos a la puerta en esta media isla, de que se nos imponga desde la administración pública, la anti política.

Para juzgar, mis queridos lectores, a quienes comúnmente llamamos políticos, valoremos algunas cosas previamente.
Primero, consideremos quiénes en verdad lo son: aquellos que han hecho una verdadera carrera construyendo una organización política, quienes han defendido con ahínco los derechos de la ciudadanía y quienes han sido leales a sus principios, sin importar si son de derecha o de izquierda.

Segundo, ¿cuántos de estos son realmente dirigentes políticos y están involucrados de manera directa en los escandalosos y comprobados casos de corrupción? Porque aquí se han realizado decenas de operativos anticorrupción y, en honor a la verdad, verán que son muy pocos los genuinos políticos cuyos nombres aparecen en estos. Conozco decenas de encartados que nunca se han puesto, ni siquiera, una gorra de un partido político y han hurtado un dineral de los fondos públicos.

Se ha instalado, por interés de la mal llamada sociedad civil de élite, en el imaginario popular, el manido criterio de que todo lo malo que nos sucede como nación es culpa exclusiva de quienes ejercen la ingrata actividad política. Es cierto que estos han logrado, hasta cierto punto, que se nos catalogue como lo peor de nuestra sociedad. Sin embargo, si hacemos un análisis desprovisto de intereses malsanos, nos daremos cuenta de que no son necesariamente los reales dirigentes políticos ni la mayoría de los funcionarios públicos, los señalados por el independiente Ministerio Público como los verdaderos beneficiarios de la gran estafa nacional donde se han llevado miles de millones de pesos del tesoro de la República.

Los dueños de este país no son los políticos, no nos engañemos. Son los oportunistas, los inescrupulosos y corruptores contratistas o suplidores del Estado, los familiares aprovechados, muchos militares y las amantes del poder que se acercan solo para como chapiadoras buscar también lo suyo. Hay que incluir los amigos de confianza que abusando de esta, se llevan entre las uñas lo ajeno que solo le pertenece al pueblo.

Se suma a esa larga y extensa lista de supuestos políticos a los miembros de grupos externos, tales como el de Santiago y la desaparecida Marcha Verde, quienes son parte de los que hoy gobiernan a estos casi once millones de nacionales, que habitamos en este país

Los políticos de oficio, los de verdad, están aporreados del poder y la gran mayoría apenas tiene con qué vivir. Para muchos, no ha sido el interés económico lo que los ha movido a hacer política. Conozco a la mayoría de los auténticos dirigentes y son personas de vocación. Con esto no quiero decir que, como humanos, no tengamos fallas, solo que ese no es el fin de la mayoría de nuestros políticos, el de hacer caudales o utilizar el poder solo para su beneficio personal.

Me da vergüenza ajena ver cómo personas serias y políticos comprometidos no tienen oportunidad de acceder a espacios de participación gubernamental, mientras que cientos de arribistas se benefician de decretos presidenciales sin haber hecho nada por el país, ni por un partido político. Aunque si debemos admitir que los oportunistas tienen la habilidad única de infiltrarse en casi todos los entornos presidenciales.

No tenemos que ir lejos para ver cómo esforzados cuadros del PLD, se han quedado impactados al descubrir que los grandes beneficiarios de la supuesta corrupción morada, no formaban parte de la estructura organizativa de ese partido; al igual que hoy miles de dirigentes perremeístas y sus aliados, están en espera o en el banco, mientras amigos y amigas de ocasión, ocupan los cargos en el alto funcionariado público.

Desde el FOPPPREDOM (Foro Permanente de Partidos Políticos de la República Dominicana), abogaré para que, dado que no son los auténticos políticos quienes realmente tienen la preminencia en esta media isla, dejemos la intermediación social y la búsqueda de los votos en manos de los trepadores, que son los verdaderos beneficiarios del esfuerzo ajeno. Para que sean ellos quienes construyan los gobiernos, pues, al final, desde hace varios años, estos son los agraciados de los decretos y favorecidos económicamente por la gran corrupción comprobada en este empobrecido país.

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